Cuarentena de más de 40 días

Algunos seguimos en casa, sin salir. Haciendo todo lo posible, más que por resistir o sobrevivir, por vivir intensamente la realidad, para no perder ni el tiempo ni los detalles mejores que puedan tener estos momentos, aunque sean muy pocos y tener que buscarlos con lupa y mucha fe. Porque lo que alimenta y satisface al espíritu es la esperanza y no la frustración.

Otros, por servicio en seguridad, salud, transporte, distribución y venta de cosas necesarias, a medio camino entre casa y el trabajo. Algunos con horas extras, muchas.

Otros, quizá en quienes menos pensábamos antes pero ahora saltan a primer plano: los fallecidos, los contagiados y los que tienen riesgo grave en el caso de verse afectados. Los que han perdido más y están en medio de crisis personales, familiares y laborales.

Muchos dicen, decimos, que esto ha de cambiar muchas cosas. Que no se pueden permitir más bulos ni más chapuzas en comunicación, gestión, coordinación... que la solidaridad nos debe brotar del corazón, que los primeros han de ser los más débiles e indefensos, que debemos optar por una cultura de la vida y de la despolitización en temas fundamentales como la educación y la sanidad.

Cuarenta días de confinamiento dan de sí para una buena lección a todos, sea cual sea nuestra circunstancia. En el encuentro de mi esencialidad me descubro parte no de un grupo de condenados sino de los llamados a tener esperanza y a dársela a otros, porque hay razones para la misma. Después de la tormenta siempre ha venido la calma. Y, tarde o temprano, lo mejor siempre está por venir, basta con abrir los ojos y repasar nuestra historia. No estamos solos. Juntos somos más y mejores.

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